Cada tantos meses hay hojas pentagramadas que sólo ostentan las líneas. Líneas que, de poder abrazarse a la anarquía de no ser paralelas, no lo dudarían ni un minuto. En estos meses, también las hojas en blanco, libres de recibir, se presentan sospechosamente vacías. Y quien escribe letras y músicas puede correr el riesgo de sentirse íntimamente miserable si aquello que le da identidad de escritor, poeta, músico, compositor se negase a, siquiera, mirarlo a los ojos. Entonces se palpa la esterilidad, que no es otra cosa que la imposibilidad de dar vida en aquello en lo que antes la vida manaba sin certezas, pero sin miedo.
Estos tiempos tienen una verdad en el centro de su ser, tienen en sus manos una nueva realidad por momentos quebradiza frente a las certezas arrastradas durante tantos años, pero fuertes como para pararse frente a ellas y decir con autoridad que no se puede detener el agua que corriendo se abre paso al mar. Estos tiempos se tornan, a fuerza de cuestionar lo conocido, formas nuevas de relación y de ver la realidad establecida en uno mismo, con mayor gratitud y humildad. Y saber que nunca está dicha la última palabra, que no quedaremos a la intemperie, que jamás sonará la última nota.