A un año de la partida



Salimos con todo lo más parecido a la nada. La incertidumbre de lo venidero y novedoso, la expectativa de lo que sería todo lo que no imaginamos que fue. Apenas pudimos expresarlos en meras palabras, jamás cercanas a lo que experimentamos con los sentidos, todos ellos sin excepción. Apenas pude ponerle algunos acordes a las sensaciones, la mitad ha quedado inconcluso, pero lo nuevo tiene su rasgo. Nada fue igual, ya nada fue siquiera parecido a lo anterior. No la manera de vincularse, no la manera de experimentarse, no la manera de compartirse, no la manera de saber lo que sí y lo que no. Nada fue igual.
Sí siguió siendo igual o mayor la necesidad de buscar la vida, rastrearle el paso por donde fuera, conocerla en los rincones inexplorados, que nos descubriera en las predecibles guaridas, aún todavía eficientes pero cada vez menos, las reversiones de la necesidad, el límite vestido de palabra, al menos saliendo, buscando camino como un río hacia la confluencia de la pluralidad, donde se es con otros, distintos a unos pero tan ciertos como uno, tan verdaderos como sus propias manos que nos toman y que no son nuestras manos.
 A un año de partir de  casa. Sólo un año, ya un año. Qué relativo es el paso del tiempo a  la luz de la experiencia, a la luz de quien respira la vida, su perfume y su hedor, sea como sea. Sucedió tanto en tan sólo trescientos sesenta y cinco días más uno de yapa por bisiesto, para algunos, tan innecesario, de más. Mejor habría sido que no fuera, que las seis horas que se almacenan silenciosa y pacientemente durante cuatro años se hubieran esfumado en una dimensión desconocida, pero no sucedió. Para quienes lo padecieron cada una de esas veinticuatro horas extras se hicieron sentir. Para otros no, fue un día más, el comentario de tener que esperar otros cuatro años para tener un veintinueve y un plato menos de ñoquis en el año y unas cosas más.
Dije más de lo que pensé que diría, sentir el sudor de lo inevitable, palpé las inseguridades del afecto, entregué el poder de mando aunque jamás se entregue el poder de mando, aunque nunca debiera dejar de ser  uno quien toma las decisiones libre de pujas y presiones externas, ausente en su fueron interno, haciendo ejercicio de libertad. Me encontré encerrada donde me juré jamás estar, pero nadie está exento de nada, ni siquiera de aquello que jamás elegiría o cree que no elegiría. Porque todo se elije, tarde o temprano tomamos la decisión de depositarnos en un lugar con palabras o acciones, con idas y venidas o con negarse a ir o volver. Tarde o temprano habitamos lo inhabitable, palpitamos los segundos de lo ajeno, de aquello donde no nos reconocemos y no permitimos asumirnos en el lugar odiado que es ser la víctima de las propias indecisiones.
Pensar que sólo fueron cuarenta y cinco días, el tiempo suficiente para hacer zoom out, alejarse de lo circundante para ver con perspectiva cómo lo circundante fagocita, cómo es un tren sin paradas que sigue y sigue aunque uno se quiera bajar, aunque uno se de cuenta que está queriendo bajar sin darse cuenta. Perspectiva, palabra importante si las hay, oficialmente necesaria para sobrevivir a la jungla que hemos dado en llamar vida. 

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