Viernes de invierno en el Conventillo



    Escribo en movimiento. El camino es oscuro, pero recto. Hay canciones que ya no escuchar. Las melodías describen otro tiempo. Inviernos en el conventillo esperando los viernes y el encuentro mentirosamente casual. La incertidumbre en la correspondencia y la inestabilidad...
Me dejaste clavada en algún lugar de la ciudad, todavía no sé bien dónde, quizás en Córdoba y Libertad, de noche. No preguntes por qué ahora, seguro ahora te destierro y sabés que la expulsión no tiene vuelta atrás. No te ando queriendo por acá y eso que te quise en muchos lugares. Ya no más. Y ahora espero solamente un colectivo y qué bueno que a mí me esperan. Yo a vos ya no te espero hace bastante. La vida está llena de esperas y desesperas.
Me olvidé lo que era postergarse. Y eso que vos me postergaste mucho durante mucho tiempo y por muchas cosas. Llegué a sentir que era lo menos, menos, menos importante. Hay que llegar a sentirse así. Claro que dejé de llorar hace rato y de secarme las lágrimas con las cortinas porque ya no tenía sentido. Ese mismo día en Moliere, no el escritor, el café, cuando te dije firmemente  mientras repartía la mirada entre mi plato y tus ojos que esto se había acabado pero vos ya lo sabías porque no era para menos. Ese mismo día vos te fuiste llorando y yo con un apostólico cuidate te dejé arrastrar el fracaso que venías rumiando. No te culpo, pero no te espero.
Esas noches de invierno parecen ahora y por  las dudas cierro la ventana para que no se filtre el frío. Ahí me veo saliendo del conventillo, ese lugar tan mágico, un petit Paris. Pasando esa puerta se vivía en Mon martre a principios del siglo XX y se era amigo de Toulouse Lautrec y se creía en la libertad, la belleza, la verdad y el amor. Cuando salías a la calle y te volvías a encontrar con los cartoneros y la aspereza de sus vidas se iba todo a la mierda. La libertad, la belleza, la verdad, el amor, Toulouse Lautrec, Mon martre y el siglo XX. Todo a la mierda.
Ahí me veo saliendo por supuesto con mi tapado gris de invierno, quizás la guitarra pero dependía del día. Y de repente un llamado por casualidad a la misma hora que el viernes anterior y una invitación a cenar camuflada en un discurso desganado porque tuve un día largo. Yo aceptaba, claro.  La cena no era gran cosa porque quedaba opacada por nuestras ganas de vernos y contarnos y evitarnos y ocultarnos. Leíamos un poco de poesía, bah, yo te leía y vos mirabas con descreimiento pero en total entrega. Y te gustaba, yo podía darme cuenta. Te gustaba cómo pronunciaba cada palabra porque mirabas mi boca, te veía hacerlo cuando levantaba la vista entre verso y verso, con algo parecido a la fascinación. Cuánto disfrutaba aunque fuera un poco masoquista porque no iba a revelarte lo que sacudías adentro mío, no podía. Habría sido una violación a mi pudor, un exceso de sinceridad o correctamente dicho, un sincericidio.
Entonces esperé y fui midiendo, si es que esa es la palabra correcta, tus reacciones que se iban haciendo más elocuentes pero no quería creerlo. Me costaba creer que me quisieras. Será porque te dispersás rápido, pero sufrías un cataclismo cuando no me asomaba en unos días por tu semana y tu ventana. Igual, la ventana es un capítulo aparte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por su comentario